Adicción en estado puro.
La Puta siempre bebía más de la cuenta, y el Borracho enamorado de besos pagados. Después ella vomitaría su nombre, y él se limpiaría su rabia a lametazos.
Él le escribía retazos de su demencia interna en las solapas de la cerveza caliente y agria, uno por cada beso que no le daba, culpandole de que la cura y la herida no podía ser la misma persona, que pecado y armonía no cabía en la misma frase. Que no esperaba que nadie tuviera la llave de su turbulenta manera de sentir, pero tampoco que alguien se atreviera a entrar rompiendo el filo de los barrotes.
Ella para devolver las balas que le disparaba, sabiendo que la copa que sostenía tenía más entereza que ella misma, sólo besaba con carmín rojo cada solapa, demostrándole que tenía besos infinitos.
Que ella quería curar, y él convertirla en loca. Mejor loca suya que Puta de todos.
Y cada noche el mismo juego infernal, que sucumbía en el odio más por tenerla que por no hacerlo. Sabiendo que al día siguiente cuando amaneciera, Él dejaría de ser un Borracho y La Puta se pondría a estudiar.
Pero que cada sábado se volverían a encontrar en el mismo bar, con la misma manera y ganas de arder entre suspiros, rogándose por fuera que cambiarían, y deseando por dentro que todo permaneciera intacto.
Adicción en estado puro. La demencia de uno, era la satisfacción del otro.
Al final consiguió convertirla en loca, en loca suya. Ya no necesitaba beber más. Al igual que tampoco la necesitaba a ella.