Hoy me puesto las cintas, esas que escuchaban mis padres en los
80.
Antes de
todo quería una buena ceremonia, me pinte los labios de
rojo chillón quería dejar la marca en el vaso del whisky mas
rancio que había probado, de esos que
te destrozan la garganta a cada sorbo pero que te acabas
acostumbrando.
Puse
la primera cinta y me aislé del mundo.
No quería escuchar
más patrañas ni mentiras.
Tenía que ser
seguir así, fingiendo ser una mujer hermosa después de un
largo día de trabajo, disfrutando de la buena música,
el cigarro que me consumía y recordando esas palabras muertas
que hacían que se me corriera el rímel.
Me reí.
El no
se merecía esas lagrimas, ni él, ni nadie.
Cambie de cinta y
me puse a bailar por toda la casa, tirando los platos con mucha fuerza, quería hacer
ruido. El mayor ruido posible.
Necesitaba sacar la
rabia de alguna manera, y que mejor forma que rompiendo
esa vajilla tan cara que mi madre adora.
Me asome
al balcón, joder que viento hacía, me escocían los ojos.
Me acorde en ese momento,
puede que por lo efectos del alcohol, en esa mirada, en cómo me hacía sentir,
Como nos encantaba
discutir, creo que era cuando más zorra me ponía, como me gritaba a los
labios, y yo intentando ponerle en su sitio. Era imposible, pero el no podía saberlo.
Creo
que provocábamos nosotros las discusiones para poder
tener algo que hacer, y no pensar en la decadencia de vida
que teníamos.
Era peor el
silencio vacío que discutir, ahí por lo menos
se veía pasión.
Yo era lo más puta
que podía llegar a ser, me encantaba ponerle tan sumamente
celoso, rozando siempre el límite y que viera que podía perderme en
cualquier momento, así se moría por tocarme y hacerme suya.
Después de
discutir durante horas, recuerdo una de esas que me estampo contra el
espejo y se rompió, creo que no podía estar mas mojada y con mas
ganas de que rompiera la cama en vez del cristal.
Sí, como recuerdo
esos brazos cogiéndome y estrujándome como si no quisiera
que me fuera nunca. Lo mucho que me hacía reír y sufrir.
Recuerdo a todas
las camareras y secretarias que ponía a cuatro patas,
siempre decía que a ellas no les compraba rosas.
Y aun con eso me hacía reír.
Era así, mi droga, como me destruía pero a la vez era
lo único que me hacía sentir viva. Y necesitaba sentirme
viva, eso era una autentica adicción.
Siempre haciendo
locuras, no había rutina porque ni él creía en ella, ni yo
necesitaba creerlo.
Cuando
no estábamos discutiendo, ni follando, me llevaba a ver el mar. El
mar, como lo extrañaba desde entonces.
Me recogía en ese coche pequeño y destartalado, poniendo la misma canción en la radio nos dirigíamos allí.
Nos fumábamos un
buen peta y me decía:
-Nena cuéntame eso
que te ronda.
Y le contaba
mi día, mi mierda de día y el solo asentía, la verdad es que no sé si
de verdad me entendía, pero lo hacía tan creíble que me
quitaba de mi soledad.
Ahora, en
mi balcón lo recuerdo, y puede que lo del espejo sea
verdad y hayan siente años de mala suerte, porque al poco
te perdí por sobrepasar ese límite jugando con fuego y desde hace 5 años que no levanto
cabeza, pero bueno la esperanza es lo último que se pierde.
Por lo menos me
queda el alivio de que solo me quedan dos años.