Ella era todo lo que yo quería ser
algún día, podía haber estado toda la tarde trabajando en ese
tugurio, con medio hombres-medio bestias, tocándole sin permiso , y
por la mañana seguir siendo esa mujer admirable y hermosa que yo
tanto llegue amar.
Ella era mi delirio sin sentido, me
sentaba a observarla entre las botellas vaciás, con una cerveza y
leyendo el mismo libro que jamas acabe de leer.
Ella siempre era amable conmigo,
siempre me sonreía, fuera la hora que fuera, y yo siempre le dejaba
buenas propinas.
Creo que nunca supo que estaba
enamorada de ella, al igual que yo no supe porque ella y no otra.
Su corto pelo rubio, era contrastado
con mi melena morena de tirabuzones hasta el final de la cadera.
Sus ojos verdes, sus preciosos ojos
verdes, ella, mi cordura .
Un día , un día de muchos, se acercó
a mi y me sonrió como siempre.
-Jamás dejas de sonreír- Le
pregunté, mirándola a esos ojos que consideraba míos.
-Me enseñaron que una sonrisa vale más
que mil palabras, y la verdad es que prefiero el silencio.
Se fue, nunca había oído su voz
dirigiéndose a mi.
Era dulce y cansada, no quedaba bien
con esa sonrisa, tenía razón, prefería que pareciera perfecta.
Cambie la cerveza por café, ella
seguía sonriendo, como siempre.
Y yo empecé a escribir todo lo que
pensaba y no decía, en las bolsitas de azúcar.